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En la aldea de Zubiri, que

atraviesa el Camino de

Santiago, todos los

lugareños trabajábamos

incansables con la  ilusión

de levantar un puente de

piedra sobre el río Arga,

para facilitar el  paso a l

os peregrinos.

Sin embargo, parecía que una extraña maldición

impedía que  concluyéramos aquella obra. Extrañados por la dificultad de levantar el pilar central  nos vimos obligados a excavar en la roca que tenía que soportarlo. Para nuestra  sorpresa, encontramos los restos perfumados de una joven. Era nada menos que el  cadáver de Santa Quiteria, protectora de la rabia.

Puestos sobre una mula y acompañados del festivo cortejo episcopal, los restos santos se encaminaron en procesión hacia la catedral del reino a Pamplona. Al llegar al lugar de Burlada, la mula se detuvo y no hubo forma humana capaz de hacerla avanzar. Concluyó el cortejo que era decisión de lo Alto que Santa Quiteria permaneciera para siempre en aquella villa caminera y allí se depositaron sus reliquias.
Respecto al pilar central de nuestro querido puente de Zubiri, desde entonces hasta ahora ha ejercido su función sanadora de la rabia a lo largo de los siglos. Animales y humanos han curado o prevenido la enfermedad rodeándolo, y según se cuenta, no ha perdido su virtud taumatúrgica hasta el día de hoy.

Leyenda del Puente de Zubiri.  El Puente de la Rabia.

 

Llegó a Pamplona

un peregrino francés

con su familia.

Hicieron alto en

esta ciudad para

descansar y recobrar

fuerzas y se alojaron

en un hostal. La

mujer del peregrino

enfermó y tuvieron que quedarse en el lugar más tiempo de lo calculado, hasta que finalmente murió. El hostelero entonces, viendo que su huésped ya podía partir, le reclama una buena cantidad de dinero alegando que la estancia había sido larga. El peregrino no tiene suficiente para pagar pero le deja en prenda su asno, así es que se pone en camino a pie con sus dos hijos de corta edad, no sin antes pararse a rezar a Santiago y pedirle ayuda.

A la salida de Pamplona se topa con un anciano venerable que le aborda y le presta un pollino para que le ayude en su andadura. Cuando por fin llegan a Santiago, el peregrino tiene una visión del Apóstol a quien reconoce como el anciano venerable de Pamplona. De regreso, para de nuevo en esta ciudad y se entera de que el mesonero había muerto en un accidente. La gente del hostal comenta que había sido un castigo divino por su falta de caridad para con los peregrinos.

EL ASNO DEL APÓSTOL

Leyendas del Camino de Santiago:

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